Fórum
doi: 10.31391/ap.vi6.102 Recepción: 23–12–2023 Aprobación: 24–01–2024
Reconstruir
Gustavo Alberto Gordillo De Anda |
Gordillo, G. A. (2024). Reconstruir. Análisis Plural, (6). |
Resumen: Este ensayo gira alrededor de tres temas entrelazados a través de una palabra. Parto de la naturaleza del régimen inaugurado en 2018 y de sus retos de gobernabilidad. Esto lo contextualizo a partir de la transición de un régimen autoritario hacia un régimen caracterizado por las alternancias electorales. Por último, discuto por qué 2018 marcó el fin del régimen. La palabra con la cual intitulo este ensayo resume la propuesta central: reconstruir el estado, reconstruir la sociedad y reconstruir una nueva sensibilidad progresista. |
Abstract: This essay links three issues thru the word reconstruction. I start reflecting on the regime that emerged from the 2018 elections in Mexico and its governance challenges. Based on general framework of a transition from an authoritarian regime to one based on competitive elections, I then discuss in what sense the 2018 electoral results are the end game of that transition. So, the title of this paper predicates the main proposal: reconstruction of the state, of the society and of progressive thinking. |
Palabras clave: reconstruir, autoritarismo, régimen presidencial, alternancia electoral, gobernabilidad |
Keywords: reconstruct, authoritarianism, presidential system, electoral alternation, governance |
Los ingredientes de la gobernabilidad1
Frente a la presencia de un abigarrado campo de interacciones conflictivas y genéricamente resistentes al cambio, el régimen lopezobradorista comienza a despuntar su estrategia, a través de las conferencias mañaneras, la coordinación intrasectorial del gobierno, los programas sociales y los centros integradores de desarrollo; acciones enmarcadas en el leitmotiv del propio régimen: la construcción de una nueva coalición gobernante a partir de la separación del poder político con respecto al poder económico (Gordillo, 2021b).
Por una parte, al otorgar un mayor peso a las fuerzas armadas en la gobernación del país, desde luego en términos de la seguridad nacional pero también de la seguridad pública y de la administración de centros estratégicos relacionados con la infraestructura como puertos, aduanas, sector energético y aeropuertos, lo hace —en lo que ciertamente implica un vuelco de ciento ochenta grados a su visión sobre las fuerzas armadas durante la campaña electoral—, como resultado de la notorias deficiencias del Estado para gobernar. Es también una advertencia a los contrincantes: el ejército es leal al Presidente (Gordillo, 2021b).
Por otro lado, buscando afectar, a partir del concepto ideológico de la austeridad republicana, a segmentos del aparato gubernamental —abarcando desde reducciones a rajatabla de funciones, centros burocráticos y personal del estado, hasta la intención por descentralizar agencias gubernamentales y absorber entes autónomos dentro del poder ejecutivo—. Esta iniciativa, en muchos casos incierta, pretendía desmontar las franjas burocráticas capturadas por diferentes poderes fácticos (Gordillo, 2021b).
Es importante subrayar el papel de los programas sociales en su vertiente de transferencias directas. Diseñados para evitar la intermediación política, las transferencias individualizadas buscan atender a sectores en situación vulnerable y generalmente marginalizados. Las transferencias individualizadas no generan espontáneamente organización social ni logran evitar intermediaciones políticas. Eso pretendió el programa insignia del neoliberalismo, progresa, sin que fuera posible evitar su captura por parte de distintos agentes sociales y gubernamentales (Gordillo, 2021b).
Estos programas enfrentan siempre a un dilema insalvable: ¿se trata de un acompañamiento ciudadano a la política pública o de una política pública que busca generar participación ciudadana? Es evidente que, hasta el momento, los tres programas de transferencias más exitosos: de adultos mayores, de discapacitados y de producción para el bienestar (para pequeños y medianos productores rurales), son de acompañamiento al accionar estatal. En cualquier caso, los programas sociales en cualquier parte del mundo tienen efectos electorales a favor de los gobiernos que los promueven tanto en el espacio nacional o local (Gordillo, 2021b).
Respecto a los intelectuales públicos,2 al confrontar política e ideológicamente a los centros tradicionales de construcción hegemónica creados y fortalecidos durante el régimen de las alternancias, —revistas, centros de investigación y sobre todo las plataformas escritas y visuales desde donde ejercen su influencia la mayor parte de los intelectuales—, las conferencias mañaneras, que en principio parecían ser una forma de comunicación e información a los medios de comunicación, se han convertido en un componente importante del debate de ideas (Gordillo, 2021b).
Con un sistema de partidos colapsado, el discurso y las narrativas juegan un papel crucial (Gordillo, 2020) como elemento cohesionador. Pero, desde las mañaneras, también se define la agenda de discusión política nacional y es la plataforma desde la cual se emiten instrucciones para gobernar en distintas áreas del quehacer público. Se convierten entonces, en un componente importante de la gobernabilidad del régimen. A ello se suman las reuniones privadas diarias de los altos mandos de la seguridad pública y las reuniones del gabinete en pleno (en contraposición a lo que ocurría en sexenios anteriores con los llamados gabinetes sectoriales) (Gordillo, 2021b).
Si cada uno de los elementos enunciados más arriba denotan una determinada intencionalidad política lo que importa es descifrar cómo se articulan, es decir a qué estrategia responden (Gordillo, 2021b).
Con los mecanismos de intermediación azolvados, las elites políticas y económicas han perdido la capacidad para descifrar las transformaciones que ocurren en la sociedad (Gordillo, 2020). Reconstruir esos mecanismos en una sociedad segmentada y con una estructura de poderes excluyente, exige esfuerzos extraordinarios del Estado, puesto que, debilitado y capturado en algunas franjas del gobierno, su reconstrucción tendría que correr paralela a la reconstrucción de la sociedad y de nuevos mecanismos de intermediación (Gordillo, 2021b).
Desde ambas perspectivas —la reconstrucción social y el establecimiento de mecanismos de intermediación—, resulta útil revisar el concepto gramsciano de revolución pasiva (Gordillo, 2021b) o, como también suele denominarlo Gramsci, una “revolución sin revolución” (Gramsci, 1975).
La revolución pasiva
Gramsci hablaba del equilibrio catastrófico o crisis orgánica que se configura a partir de un conjunto de fluctuaciones fuertes que erosionan el sistema. Acerca de las determinantes de esas crisis, citadas en sus Cuadernos desde la cárcel (1975), se refieren al fracaso de la clase dirigente cuando encabeza transformaciones estratégicas que buscan modificar la correlación de fuerzas, para las cuales demandó el apoyo y obtuvo el consenso de sectores importantes de las élites. Esta crisis orgánica se resuelve a través de la denominada revolución pasiva. Esta última es el proceso a través del cual la esfera más consolidada del poder político y económico recupera una parte de las demandas de los gobernados quitándoles su iniciativa política. Este proceso específico denominado transformismo, comprende la decapitación intelectual de las dirigencias opositoras por medio de la cooptación y la confrontación. La noción de revolución pasiva busca dar cuenta de la tensión entre dos tendencias o momentos: restauración y renovación, preservación y transformación o, como señala el propio Gramsci, conservación–innovación (Gordillo, 2021b).
Del autoritarismo a las alternancias
En México hemos vivido, en las últimas tres décadas, dos iniciativas fallidas de gran envergadura. La primera, una modernización esencialmente económica —aunque con múltiples consecuencias políticas— en la que se propuso un proyecto que incluiría originalmente a todos, pero que terminó excluyendo a la mayoría, incluyendo a aquellos agentes —los operadores de la coalición príista— que debieron implementarla (Gordillo, 2021b).
La segunda modernización es la política, cuyos resultados han sido más desconcertantes. Logró la primera alternancia pacífica en el país y transportaba la promesa de una transformación democrática a partir de elecciones libres y limpias (Gordillo, 2021b).
Pero más que actos fundadores, la transición mexicana fue sobre todo una mezcla de acoplamiento institucional y transformismo político (Gordillo, 2021b). El eje autoritario del viejo régimen: presidencialismo más partido hegemónico más interacción entre reglas formales establecidas en la Constitución, y un amplio abanico de reglas informales y facultades metaconstitucionales, se fue paulatinamente debilitando sin ser sustituido por otro arreglo de gobernabilidad (Gordillo, 2021a).
Lo que siguió a partir de 1997 fue un consistente desgaste de los rieles y los engranajes de la gobernabilidad. El centro político se desmadejó, se produjo una emancipación desordenada tanto de las entidades federativas como de segmentos de la sociedad, al tiempo que operaba la colonización de franjas del aparato estatal o del territorio nacional por un sinnúmero de poderes fácticos (Gordillo, 2011) incluido el crimen organizado. El régimen que se fue armando antes y después de la alternancia se sostuvo a partir del uso corrupto y discrecional, depredador, de los recursos públicos (Gordillo, 2021b).
Empero, la mayor derrota del Estado —aunque también de la sociedad— fue la “guerra contra el narco” como demuestra dolorosamente la cauda de muertos, de desaparecidos y personas afectadas en su vida por las bandas criminales y la incapacidad del propio Estado (Gordillo, 2021b).
Así pues, en el lapso de treinta años la sociedad mexicana fue agraviada por los efectos devastadores de las modernizaciones económica y política y la también fallida guerra contra el narco. En el proceso las elites han terminado divididas y erosionadas (Gordillo, 2021b).
La ausencia de una capacidad conductora de las elites tuvo consecuencias perniciosas en el régimen de la alternancia: fragmentación social, desarticulación orgánica, fortalecimiento de poderes fácticos, feudalización del federalismo, desintegración del aparato estatal, captura territorial de espacios en manos del crimen organizado (Gordillo, 2021b).
El régimen de las alternancias terminó siendo un régimen depredador enquistado en el centro de la distribución de los recursos públicos en forma de rentas a grupos privilegiados que sostenían un determinado equilibrio y fueron la fuente de corrupción, ineficiencias y lento crecimiento (Gordillo, 2021a).
En síntesis, la “decadencia administrada” de ese régimen fue el resultado del fracaso en la construcción de coaliciones y acuerdos politicos que se expresaron dentro y fuera de los poderes del Estado, con poca capacidad para conducir las pulsiones y las demandas básicas de los ciudadanos y de las elites (Gordillo, 2021b)
Esto es lo que hereda el régimen de amlo (Gordillo, 2021b). Y sobre ella operó su revolución pasiva.
El régimen otomano
La desarticulación del antiguo régimen genera entre otras cosas que antiguos actores, al calor de esta desarticulación, se refuncionalizan y cumplen un nuevo papel, aunque con el formato antiguo. Pienso en las corporaciones sindicales, en un mayor debilitamiento de la estructura política de las entidades federativas —aunque, paradójicamente, una mayor libertad en el uso de los recursos federales por parte de los gobernadores—, en la predominancia sin contrapesos de los medios de comunicación (Gordillo, 2011) electrónicos, en un poder judicial más corrupto e ineficiente, aunque también más autónomo, y en la captura de instancias económicas y políticas locales por el crimen organizado. Todo esto da origen a un nuevo régimen.
La descomposición del antiguo régimen expresado en fragmentación social, desarticulación de las instancias estatales y privatización de los espacios públicos creó una especie de metástasis autoritaria–criminal y el surgimiento de un régimen especial —por específico y transitorio—, al que denomino otomano en alusión al fenómeno que el historiador inglés Timothy Garton Ash describió con ese nombre, pero refiriéndose a las sociedades comunistas en Europa del Este: “Con esto quiero decir en una analogía flexible con la declinación del Imperio otomano un largo y lento proceso de decadencia en el curso del cual se observaría una emancipación no planeada, gradual y discontinua tanto de los estados constitutivos del imperio como de las propias sociedades con respecto a sus estados” (Garton, 1991, p. 253).
Lo típico del régimen otomano en México es la administración de la decadencia que supone un manejo oligárquico de la política, que no busca la participación de los ciudadanos, sino que fomenta el abstencionismo, el cinismo y un comportamiento selectivo, a través de la segmentación de los mensajes políticos a distintos nichos ciudadanos. El signo distintivo del régimen otomano es la ausencia de espacios vinculantes que desemboquen en acuerdos, alianzas, coaliciones (Gordillo, 2011).
La trayectoria amlo y más allá de 2018
El actual momento político mundial, acicateado por las redes sociales, fortalece lo que Nadia Urbinati ha llamado “una democracia de audiencias” (Urbinati, 2023a; Urbinati, 2023b).
Pierre Ronsanvallon (2020) habla de un régimen de emociones en el que distingue tres: emociones de posición (sentirse abandonados), emociones de intelección (visiones complotistas y fake news) y las emociones de acción (la desconfianza a los gobiernos establecidos a las élites tradicionales). Pasiones, emociones, polarización, perversión del lenguaje: encuadran la democracia plebiscitaria (Gordillo, 2011).
A partir de tres postulados se puede entender mejor el papel de amlo y el obradorismo en 2024.
El obradorismo es un estado de ánimo
En las elecciones de 2018, apareció con nitidez el hilo conductor de las movilizaciones impulsadas por amlo desde 2006. Un sentimiento de desamparo que llevaba a la desesperanza o a la rabia. La gente se sintió abandonada por el gobierno. Ese desamparo se encarnó en múltiples carencias: de protección social, de acceso a una educación adecuada, de mecanismos de impulso productivo y social para la juventud, de mecanismos seguros para navegar en la vida en condiciones de discapacidades o para la tercera edad. En el trasfondo de todo, están las terribles condiciones de inseguridad que privan en el país. En 2018 el triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador fue contundente. La victoria se expresó, también, en las cámaras legislativas, 20 congresos estatales y 5 gubernaturas (Gordillo, 2022).
Aún así el gobierno enfrentaba una cancha marcada por cuatro tipos de restricciones políticas. Primero, los aparatos del Estado como los partidos políticos y los órganos autónomos, fragmentados y capturados en distintas franjas por poderes fácticos. Segundo, un amplio espacio integrado por las ong, intelectuales públicos, expertos y centros de análisis e investigación. Tercero, los mercados, es decir, el capital financiero y los distintos segmentos del gran capital nacional y trasnacional. Cuarto, los factores externos que en nuestro caso quiere decir Estados Unidos (Gordillo, 2022).
A pesar de esas limitaciones, amlo gana la que es siempre, en cualquier cambio de régimen, la batalla política decisiva: la lucha por los símbolos. Ese triunfo ejemplificado en temas como la reconversión de Los Pinos en museo, la puesta en venta del avión presidencial, la frugalidad gubernamental, los programas sociales; tiene, empero, sustento en una transformación central al visibilizar a los excluidos del pacto neoliberal (Gordillo, 2022). Esta es su audiencia privilegiada de las mañaneras. En su discurso con motivo del primer año de gobierno, utilizando una frase que se atribuye a Gramsci: “lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no termina de nacer”, reconoce lo incipiente del esfuerzo gubernativo (Gordillo, 2022).
El obradorismo es un síndrome
Desde principios de este siglo se pueden visualizar tres conjuntos de tensiones en el país. El primer conjunto se refiere a las existentes entre el sistema de partidos y las coaliciones de ciudadanos que exigen alto a la impunidad, eficiencia, transparencia y rendición de cuentas (Gordillo, 2022).
El segundo conjunto expresa la tensión entre gobiernos y poderes fácticos no sólo los grupos monopólicos, pero también el crimen organizado. Esta tensión traduce en el espacio público una percepción ciudadana de inseguridad acompañada, a menudo, con la constatación de la incapacidad gubernamental (Gordillo, 2022).
El tercer conjunto se relaciona con la profunda desigualdad entre oligarquías ejerciendo privilegios debido a su estatus monopólico especialmente en las esferas financieras y de telecomunicaciones, y “los nuevos plebeyos” que incluyen a un sector muy amplio de trabajadores urbanos informales, estudiantes y profesores universitarios y jóvenes desempleados (Gordillo, 2022).
El obradorismo no es un movimiento organizado aunque se moviliza con frecuencia y la calle es su principal escenario. No es un partido aunque las elecciones han sido su camino para acceder al poder. Es una coalición, para ganar elecciones pero no ha sido una coalición para gobernar (Gordillo, 2022).
El obradorismo no es una doctrina
El obradorismo es, como se señaló, un estado de ánimo que encarna un sentimiento ciudadano de abandono y que constata las carencias de la democracia liberal y del neoliberalismo. Ese estado de ánimo se expresa en un lider carismático. Condensa de forma contradictoria una transición simultánea del estado y de la sociedad, a través de un entramado institucional basado, en gran medida, en reglas informales (Gordillo, 2022).
El contexto internacional está marcado por un cinismo que se asume como pragmatismo calculador. La profunda crisis internacional, ilustrada a través del desempleo y los shocks financieros, es una crisis de gobernabilidad mundial (Gordillo, 2020). Los arreglos de la post Segunda Guerra Mundial aparentemente renovados con el fin de la Guerra Fría carecen de capacidad para conducir los cambios y las transformaciones que han ocurrido en los ámbitos económico–financieros, geopolíticos y demográficos (Brown, 2023).
Al mismo tiempo, en el espacio doméstico, la transición mexicana debilitó el eje de la gobernabilidad del régimen autoritario, pero sin generar una nueva forma de relación entre los poderes, y entre éstos y los ciudadanos. El estancamiento económico, las dificultades para procesar acuerdos, el desmoronamiento del centro político y el fortalecimiento de poderes paralelos al poder del estado, deformaron el régimen que emergió de la transición (Gordillo, 2018).
La presunción de una restauración autoritaria se interpone en el camino que llevaría a una nueva gobernabilidad (Gordillo, 2018). Esta restauración no estaría vinculada a un solo partido porque es fruto de un hecho central: la transición hacia la democracia se desfiguró como consecuencia de que, exitosa para desarticular el eje del autoritarismo —presidencialismo autoritario, partido hegemónico y predominancia de reglas informales sobre las formales—, no logró sentar las bases para una gobernabilidad democrática (Urbinati, 2023a).
La escisión de las elites políticas contribuyó a generar un espacio de competencia electoral. Pero los procesos de desagregación y descomposición de la coalición gobernante generaron también un ambiente favorable para el chantaje y el intercambio de favores, y finalmente para impulsar pactos de impunidad (Gordillo, 2018).
El Estado de los poderes fácticos, en rigor un no–Estado, transportaba un sistema de partidos incipiente y un poder de estado fragmentado. Se debía buscar por tanto restablecer el poder del estado limitando y restringiendo a los poderes fácticos. Pero este esfuerzo enfrentó dos debilidades. Primera, cómo se insertan en este arreglo las fuerzas políticas no partidistas o extraparlamentarias. Este tema toca el centro de un régimen democrático: el vínculo entre ciudadanos y gobiernos. Segunda, el impulso a una cultura de la deliberación pública frente a la inercia de una cultura basado en la opacidad y en la imposición (Gordillo, 2018).
El punto ciego en el régimen de amlo
Javier Cercas escribió un ensayo literario que gira alrededor del término punto ciego (Cercas, 2016). Según conjeturó el físico Edme Mariotte, nuestros ojos tienen un lugar, no fácilmente localizable, que carece de detectores de luz y a través del cual no se ve nada. La razón por la cual descubrimos este déficit señala Cercas, se debe a que vemos con dos ojos y los puntos ciegos no coinciden y, en segundo lugar, porque el sistema visual rellena el vacío del punto ciego con la información disponible: porque el cerebro suple lo que el ojo no ve (Gordillo, 2021b).
Poner a los excluidos en el centro del discurso y de la acción política, como lo ha hecho amlo, no significó asumirlos como actores centrales de una transformación profunda. En el subsuelo se mueve un abigarrado conjunto de pequeños grupos luchando por temas disímbolos, pero con un propósito común: la defensa de sus territorios. Es un enorme archipiélago social, a menudo desconectado entre sí, y con endebles formas de intermediación (Gordillo, 2021b). Este es el punto ciego de amlo que lo rellena con narrativas conspiratorias, cuando se topa con sus resistencias visibles en Morelos, o en la península de Yucatán o en el istmo de Tehuantepec. La pregunta es, en cambio, ¿qué expresan y cómo canalizar sus inquietudes, enojos, rabias? (Gordillo, 2021a)
Al confrontar este dilema valdría la pena referirse a lo que Rafael Segovia señaló sobre cómo se desarrolla una teoría de los residuos institucionales, con la suma de las diversas funciones que acoge el estado mexicano engastados en el aparato gubernativo como si fueran una planta trepadora que si se corta, puede derrumbar al edificio que sostiene (Gordillo, 2021b). Esos residuos garantizan una forma de gobernabilidad. (Segovia, 1974, 1996) . Fernando Escalante concluye que los residuos a los que se refiere Segovia eran recursos de gobernabilidad del régimen autoritario es decir “el andamiaje político de la sociedad mexicana” (Gordillo, 2021b). Como advierte Escalante, la planta trepadora no fue una deformación que se adhirió en alguna época al Estado, sino la condición misma del Estado autoritario (Escalante, 2018).
Los neoliberales, al querer deshacerse de la planta trepadora derrumbaron el edificio. El gobierno de amlo (Gordillo, 2021b), de haber buscado reconstruir el Estado, habría prestado más atención a los mecanismos de gobernabilidad implicados en los residuos institucionales (Gordillo, 2021b). Es necesario recordar, empero, que el régimen de amlo hereda un déficit de gobernabilidad definido como producto de la brecha entre demandas ciudadanas y respuestas gubernamentales en áreas estrechamente vinculadas: 1) mantenimiento del orden y de la ley; 2) capacidad del gobierno para una gestión eficaz de la economía; 3) capacidad del gobierno para promover el bienestar social, y 4) control del orden político y la estabilidad institucional (Córdoba, 2007).3
Bibliografía
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Gordillo, G. (2017, enero–junio). No es capital social sino actores, instituciones, movilizaciones. Revista Artículos y ensayos de Sociología Rural, 12(23).
Gordillo, G. (2018, 13 de enero). 2018: Alocados y descolocados [Editorial]. La Jornada.
Gordillo, G. (2020, 11 de enero). La revolución pasiva de amlo [Editorial]. La Jornada.
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Gordillo, G. (2021b, 8 de agosto). El punto ciego en el régimen de amlo. Memoria (278).
Gordillo, G. (2022, 26 de noviembre). El obradorismo es un estado de ánimo [Editorial]. La Jornada.
Gramsci, A. (1975). Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el Estado moderno. En A. Gramsci, Cuadernos desde la cárcel. Juan Pablos Editor.
Rosanvallon, P. (2020). El siglo del populismo. Galaxia Gutenberg.
Urbinati, N. (2023a). Democracia desfigurada, La opinión, la verdad y el pueblo. Prometeo.
Urbinati, N. (2023b). Pocos contra muchos. El conflicto político en el siglo xxi, Katz.
Segovia, R. (1974, 1996). La crisis del autoritarismo modernizador. En R. Segovia, Lapidaria política. Fondo de Cultura Económica.
1 Este apartado se nutrió de tres textos: Córdoba, 2007; Camou, 2001; Camou, La múltiple (in)gobernabilidad: elementos para un análisis conceptual, 2000.
2 Personaje que generaba una suerte de conciencia crítica de la sociedad, que vivía de y para las ideas –en palabras del académico Sergio Micco–, que pensaba y analizaba el mundo que le tocaba vivir. Instalaba debates en el espacio público, articulaba narrativas que daban coherencia a una época y leía el momento histórico con pretendida lucidez (Ehrlij, 2017).
3 Citado por Gordillo (2019).