doi: 10.31391/ap.vi6.104
EDITORIAL
“Más de lo mismo”
Se aproxima el proceso electoral que vivirá México a mediados de 2024. En relación con este acontecimiento nacional he tenido oportunidad de escuchar, desde ya, toda suerte de comentarios, murmuraciones, hipótesis, análisis, especulaciones y prospectivas. Las posturas, desde luego, son variadas y los resultados aun contradictorios. No obstante, hay un factor común que he podido advertir hasta ahora en buena parte del conjunto y que no deja de llamar mi atención: hartazgo.
Me parece, por lo que leo y escucho, que el hartazgo se está tornando un malestar en la población mexicana respecto del ámbito político. ¡Y no es para menos! Si volvemos la mirada a nuestro pasado y nos remontamos a las últimas tres o cuatro sucesiones presidenciales, notaremos sin demasiado esfuerzo que la desilusión, las promesas incumplidas, los discursos vacíos… toda esa maraña retórica mesiánica que enciende momentáneamente las esperanzas del pueblo durante las campañas electorales… no ha logrado sino extinguirlas, cada vez más, al contrastar con los hechos, con la realidad de lo que se hace de nuestro país desde la cúspide de la función pública. Ya ni se diga si nos vamos más atrás en el tiempo.
“Más de lo mismo”. Tales fueron las palabras que iniciaron un diálogo interesante con un colega cercano hace algunos días a propósito de este asunto. Aún las tengo muy presentes en mi memoria. Y también recuerdo que en aquel momento quedé convencido de ello. Misma dinámica, mismos resultados. ¿Por qué tendría que ser distinto ahora? ¿Qué nos hace pensar que los próximos funcionarios públicos elegidos habrán de cumplir esta vez sus promesas? ¿No será, acaso, más de lo mismo?
Considero que este hartazgo sintomático, que sugiere cristalizar en fatiga e indiferencia, podría conducirnos a la abstención del derecho al voto. Es una idea que he visto por igual muy presente en estas fechas. Personalmente, pienso que el acto de no votar refleja no solo este hartazgo en su máxima expresión, sino también —y más preocupante aún— el desinterés por el destino político de México. Al abstenernos del voto anulamos nuestro poder de decisión, aunque sea mínimo y momentáneo, lo cual clausura en sí nuestra capacidad de optar, de pronunciarnos por algo que, si bien aparenta ser más de lo mismo, no por ello prescinde de la posibilidad de tornarse eventualmente en algo distinto…
De cualquier manera, el asunto no debe quedar en las elecciones. La política se construye día con día, por parte de todas y todos, en la participación en la esfera pública. No es algo que, como suele creerse, concierne a funcionarios públicos exclusivamente. Esto, por el contrario, no se lee ni se escucha tanto. Así pues, que haya o deje de haber más de lo mismo depende también —y quizá más— de nosotros, como ciudadanas y ciudadanos. En nuestra manera de hacer política, en la interacción cotidiana (es decir, sea o no política, pues también se hace cultura y se hace “economía” en nuestras interacciones cotidianas), se determina, en buena medida, que pueda darse un cambio o que las cosas sigan como están.
Antonio Cham Fuentes
Editor