doi: 10.31391/ap.vi3.67
EDITORIAL
Cuánta razón tenía Gandhi con aquella célebre máxima suya: “la persona que no está en paz consigo misma, será una persona en guerra con el mundo entero”. Ciertamente, la paz comienza por uno mismo o una misma; es a partir del estado de tranquilidad en nuestra interioridad que podemos transmitirla a las y los demás. La propia vida de Gandhi pudo ser un ejemplo de esto, de cómo desde una paz interior se puede lograr la paz exterior, incluso en tiempos de guerra, recurriendo a mecanismos no violentos que ponen de manifiesto la viabilidad de formas y modos distintos de construir la paz en un mundo roto.
Con este mismo espíritu, y en atención permanente a nuestro propósito de velar por la pluralidad que nos define como publicación, presentamos ahora este cuarto número, que busca exponer, precisamente, esas formas y modos distintos de hacer paz. Así pues, el lector o lectora podrá ver a lo largo del número piezas artísticas, materiales multimedia, entrevistas, productos gráficos, ensayos y otros formatos que procuran dar un abordaje distinto en torno al tema que nos atañe. Habrá trabajos, desde luego, elaborados por académicas o académicos expertos en materia; empero, no quisimos dejar de lado la reflexión, no pocas veces profunda y sorprendente, de estudiantes, a quienes invitamos a participar con propuestas interesantes que, en sintonía con el objetivo, dan cuenta de las múltiples posturas y perspectivas en que la paz puede abordarse.
¿Qué más resta por decir? Además de una cordial exhortación, desde luego, a consultar las publicaciones que componen el número y a adentrarse en dicha multiplicidad de abordajes, tal vez venga a cuento una meditación —aunque sea brevísima— a propósito de cómo la generalizada práctica contraria a esta visión ha propiciado esa ruptura de nuestro mundo.
Parecería que hemos acotado a una sola, única y paradójica posibilidad todo nuestro abanico de posibilidades para procurar la paz: la violencia. En efecto, la violencia sugiere ser cada vez más el único recurso para restablecer el orden y la armonía. Y si bien la guerra (encarnada por excelencia en el actual conflicto bélico Rusia-Ucrania) puede ser el ejemplo de la violencia llevada al extremo, no es inusual que los intentos diplomáticos por apaciguar al “enemigo” estén acompañados de amenazas, insultos y demás mecanismos de violencia simbólica, en un tono que aparenta elevarse gradualmente…
¿Son posibles —y viables—, a estas alturas de la historia, otras formas y modos distintos de hacer paz en la práctica, más allá de los trabajos reunidos y posteriormente consultados en una revista electrónica? ¿O será que la violencia es el mejor —y tal vez ya el único— camino para conquistarla en nuestro tiempo? Son preguntas que orientan a la reflexión, que quizá no tengan respuesta fácil y que, por lo mismo, dejamos abiertas al lector o lectora. Por lo pronto, puede que una segunda máxima, enunciada en su momento por el líder pacifista indio, brinde cierta dirección: “ojo por ojo… y todo el mundo acabará ciego”.
Antonio Cham Fuentes
Editor