Fórum
doi: 10.31391/ap.vi1.7
Cuando las palabras polarizan a un país:
el discurso de López Obrador como factor de división
Héctor Raúl Solís Gadea |
Solís–Gadea, H. R. (2022). Cuando las palabras polarizan a un país: el discurso de López Obrador como factor de división. Análisis Plural, (1). |
Universidad de Guadalajara |
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solish@redudg.udg.mx |
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ORCID: 0000 0001 5337 6667 |
Resumen Hoy, en México, el poder presidencial, como pocas veces, concentra sus energías en utilizar el lenguaje como instrumento para acumular el mayor poder posible. El presente trabajo analiza algunos discursos del presidente López Obrador a través de los cuales pone en práctica su estrategia política de comunicación, la cual es una de las principales divisas de su actuación pública. No se pretende aquí hacer un balance general del modo de gobernar del presidente, ni relacionar su estrategia comunicativa con otros aspectos de su conducción al frente del Gobierno, como, por ejemplo, los cambios legislativos, la creación de nuevos programas, la supresión de recursos a determinados programas o sectores de la vida pública o el control efectivo de organismos públicos autónomos. Más bien, se intenta examinar algunos aspectos clave que componen su discurso, mostrando cómo la retórica funciona en tanto mecanismo de generación de poder en el sentido de construcción —mejor dicho, imposición— de un determinado sentido de la realidad: aquel que se corresponde con la lógica de acción del populismo y la democracia plebiscitaria del líder. Palabras clave: Polarización, conflicto, Andrés Manuel López Obrador, ética de la convicción, democracia plebiscitaria del líder. |
Abstract Today, in Mexico, like hardly ever, the presidential power is concentrating its energies in using language as an instrument for accumulating the greatest power attainable. The present work analyzes some of President Lopez Obrador’s speeches, through which he puts into practice his political communication strategy, which is one of his major currencies in his public performance. It is not the aim of this paper to make a balance of the president’s way of governing, nor to relate his communication strategy with other aspects of his handling of the government, such as, for instance, legislative changes, the creation of new government projects, the suppression of resources devoted to certain programs or sectors of public life or the effective control of autonomous public organisms. Rather, the intention is to examine some key aspects that make up his discourse, showing how rhetoric works as a mechanism for generating power in the sense of construction —or better phrased imposition— of a determined sense of reality: that which corresponds with the logic of action of populism and the plebiscitary democracy of the leader. Keywords: Polarization, conflict, Andrés Manuel López Obrador, ethic of conviction, plebiscitary democracy of the leader. |
Mi labor es de predicador, de pedagogía, de
crear conciencia.1
—Andrés Manuel López Obrador
En una democracia, el pueblo escoge un líder
de su confianza. Luego, el líder escogido dice:
ahora cállense y obedézcanme.
—Max Weber
Con el pueblo todo, sin el pueblo nada
El pasado 1 de diciembre el presidente López Obrador presentó a la nación, en un zócalo capitalino repleto de seguidores, su balance de la primera parte de su administración. Luego de hacer un recuento de sus realizaciones y describir un escenario rebosante de buenos augurios, afirmó lo siguiente:
Ayudar a los pobres, no lo olvidemos, alivia el alma, mantiene tranquila la conciencia y alegra el corazón.
Pero este fraterno proceder implica, también, algo adicional, no poco importante: atender a los más pobres es ir a la segura para contar con el apoyo de muchos, de millones, cuando se busca transformar una realidad de opresión y alcanzar el ideal de vivir en una sociedad mejor.
Nada bueno se puede esperar, en cambio, de políticos corruptos, de la prensa que se vende o se alquila, de intelectuales convenencieros y de potentados dominados por la codicia. La clave está, esto para los jóvenes que quieran formarse, dedicarse al noble oficio de la política, en la frase del presidente Juárez: “con el pueblo todo, sin el pueblo nada”.
Nada se logra, y esto aplica en México y en todo el mundo, con las medias tintas. Los publicistas del periodo neoliberal —que ya se fue, se está terminando esa pesadilla— los publicistas del periodo neoliberal, además de la risa fingida, el peinado engominado y la falsedad en la imagen, siempre recomiendan a los candidatos y gobernantes correrse al centro; es decir, quedar bien con todos; pues no, eso es un error: el noble oficio de la política exige autenticidad y definiciones.
Ser de izquierda es anclarnos en nuestros ideales y principios, no desdibujarnos, no zigzaguear. Si somos auténticos, si hablamos con la verdad y nos pronunciamos por los pobres y por la justicia, mantendremos identidad y ello puede significar simpatía, no solo de los de abajo, sino también de la gente lúcida y humana de clase media y alta, y con eso basta para enfrentar a las fuerzas conservadoras, a los reaccionarios (AMLO, 1 de diciembre de 2021).
Estos párrafos expresan en forma sintética el núcleo del pensamiento y la estrategia política del presidente López Obrador. Consiste en la polarización, es decir, la acción pública, política y comunicacional, enfocada a dividir el ámbito nacional en dos campos antagónicos irreconciliables: la lucha del bien contra el mal. En este caso, encarnados, de una parte, en los pobres y el pueblo, y de otra, en las clases media y alta, los potentados codiciosos —con excepción de «la gente lúcida y humana» que exista en ese sector—, las fuerzas conservadoras, los reaccionarios, es decir, los neoliberales y sus asociados, entre los que se cuentan los periodistas vendidos y los intelectuales convenencieros, los políticos de peinado engominado e imagen falsa.
Tantos adjetivos juntos no deberían sorprendernos. Forman parte de una manera de comunicar cuidadosamente pensada y puesta en práctica, pues resulta estratégico concitar el odio popular en contra de los enemigos. Gabriel Zaid (2018) exploró la extraordinaria capacidad del presidente López Obrador para destruir con la palabra. Lo llamó un artista del insulto, el desprecio y la descalificación, y consignó un cúmulo de epítetos que han constituido, a lo largo de su amplia carrera, un arsenal de agresiones verbales que Andrés Manuel López Obrador ha dirigido a sus adversarios.2
Cuando la polarización escala, no sólo escinde a la sociedad en dos campos separados por un conflicto irreductible cuya desembocadura conduce a la eventual supresión existencial o la dominación del enemigo. También establece como objeto de la disputa elementos fundamentales del orden histórico presente: el carácter del sistema político, económico-social y cultural de un país, las reglas del juego de la economía, la política y la sociedad que determinan la distribución del poder, la riqueza y las oportunidades. Para decirlo de otra manera, en una coyuntura de polarización extrema, lo esencial se puede replantear y redefinir: aspectos clave del régimen constitucional y legal, la concentración o dispersión del poder público, las relaciones entre el Estado y el mercado, el alcance de la colectividad y el peso del individuo, el grado de apertura del país al mundo o la restauración de la soberanía nacional, los balances entre la libertad, la justicia y la igualdad, la mezcla de la tradición y la modernidad... Por eso, en lo que podemos llamar su manifestación típico-ideal, la polarización conduce a coyunturas revolucionarias o de política transformativa.
Los políticos que fundan su modo de acción bajo la lógica de la polarización echan mano de todos los recursos a su alcance para establecerla, en el imaginario público, como el rasgo dominante de la época. Todos los días insisten en interpretar los hechos desde esa perspectiva. Tal es el caso del discurso y el proceder del presidente López Obrador. Para el habitante de Palacio Nacional, las fuerzas antagónicas están claramente delimitadas por el carácter irreductible, total y radical, de los fines que cada una persigue. De un bando, la preservación del «antiguo régimen» que sólo provocó opresión y «monstruosa desigualdad», corruptelas y simulación de la auténtica democracia; y, del otro, la construcción de un nuevo periodo de la vida pública de la nación, su transformación radical, caracterizado por la democracia verdadera, la justicia y el bienestar genuinos para todos los mexicanos.
El gobierno de López Obrador se ubica en eso que algunos llaman «el lado correcto de la Historia»: a la izquierda. Asume que el pueblo es un bloque monolítico al que también le corresponde, de manera natural, ser de izquierda. De ahí que correrse al centro, o sea, buscar la intermediación de intereses y puntos de vista divergentes, pretender, mediante el diálogo y los argumentos racionales, la negociación de las diferencias, significaría traicionar ideales y principios, desdibujarse y zigzaguear, faltar a la autenticidad, traicionar los únicos valores verdaderos. Y lo más grave: implicaría perder el apoyo del pueblo, «los de abajo», y no poder enfrentar con éxito al origen y la encarnación de todo mal, «las fuerzas conservadoras», «los reaccionarios».
La manera de hacer política que hemos vivido entre los años ochenta y el año 2018 corresponde a la pérdida de la identidad política: el «desdibujamiento» que, encubierto en formas de apariencia democrática y con partidos políticos que se corren al centro, abre las puertas a la opresión neoliberal. Bajo el imperio de las instituciones de la democracia (formal y de partidos), en aras de la competencia electoral, los extremos se difuminan y la sociedad se despolariza. En consecuencia, la política que lucha contra la opresión y los privilegios de unos cuantos pierde eficacia, pues no tiene una base social de apoyo suficientemente amplia. Por eso existe una correlación estructural entre democracia de partidos y neoliberalismo. Esto por no hablar de la ocurrencia de situaciones más burdas, pues en la lógica del presidente, durante el periodo neoliberal, en el «antiguo régimen», el organismo electoral, dominado por las fuerzas del mal, le robó en dos ocasiones el triunfo a López Obrador en las elecciones presidenciales.
«Quedar bien con todos» es faltar a los principios en automático, porque con arreglo a la moral del presidente sólo hay un bando virtuoso y poseedor de la razón: el del pueblo y sus representantes. Los demás están manchados por la codicia y la corrupción, o por el «aspiracionismo» de la clase media. La ética de la convicción del presidente es eso: un modo de conducción política fundada en la fe en que se tiene la razón, porque los valores que se asumen y los propósitos que de ellos se derivan son los más elevados que puedan existir, los del pueblo. Con esa certeza en la mente, la ética de la responsabilidad no resulta pertinente: no es necesario detenerse a sopesar los riesgos implicados en toda acción política mientras ésta se oriente por los principios correctos.3 El criterio adecuado para justificar las decisiones es la medida en que estén alineadas con el credo ideológico que se profesa y puedan presentarse públicamente como tales. No hace falta examinar la posibilidad de equivocarse: someter las políticas elegidas a la crítica de los demás, procurar anticipar los costos a pagar por las decisiones tomadas, inquirir por las consecuencias negativas indeseadas que puede provocar la persecución de un programa político. En todo caso, si las cosas no salen como se prometieron y no se logran los objetivos propuestos, siempre será posible responsabilizar al bando enemigo diciendo que ha hecho un complot para impedir la acción transformadora del Gobierno, o arguyendo que ha mentido porque la verdad es otra o se puede presentar como sea conveniente con el argumento de que tenemos «otros datos». Tal es una de las ventajas políticas de crear un ambiente de polarización.
El bien es absoluto o no lo es: No me vengan con ese cuento de que la ley es la ley 4
El presidente López Obrador asume que las razones y las vindicaciones del bien son absolutas. Estas no admiten discusión porque el bien es absoluto o no lo es. De ahí resulta que cuando se tiene la razón, la razón derivada del compromiso indeclinable con el bien, es innecesario discutir, deliberar y debatir con respeto a las reglas de una argumentación racional. Quien teniendo la razón acepta discutir, admite la posibilidad de salir derrotado por las fuerzas del mal, aunque sea por un accidente de las circunstancias, y eso implica poner en riesgo el triunfo de la propia posición, que es la correcta, la que corresponde al bien y se sitúa en «el lado correcto de la Historia». Por eso, bajo la lógica de acción de López Obrador, subyace la tesis silenciosamente asumida de que la democracia pluralista, el juego de partidos, la deliberación parlamentaria y el contrapeso de los poderes públicos, sólo brindan posibilidades a la irrupción del vicio en la vida pública. Esto es así porque la política virtuosa es una y sólo la encarna el elegido por las masas, el intérprete fiel de la voluntad popular. De ello se deriva la necesidad de controlar a los poderes públicos y limpiarlos de los individuos corruptos, así como el resto de las instituciones públicas, incluidas, por supuesto, las encargadas de organizar las elecciones y todo tipo de organismos y entidades dotadas de autonomía legal y constitucional. Porque, además, resulta que los entes organizados que ponen diques a la voluntad presidencial son los que surgen de la sociedad civil o son gestionados por ella, ese conjunto de intereses que no son los del pueblo bueno, sino que están contaminados por el aspiracionismo y las ambiciones individualistas de sus integrantes, que suelen provenir de las clases medias o altas.
Si de confrontarse con la realidad se trata, la única condición que vale la pena verificar es en qué medida se es fiel a la voluntad popular y se ha actuado de conformidad con ésta. Por eso, de cuando en cuando es necesario comprobar el apoyo del pueblo. Esto explica la lógica detrás de la revocación de mandato impulsada por el presidente sin que ningún partido la haya solicitado ni exista una coyuntura de dificultades políticas en el ejercicio de López Obrador como para suponer que los ciudadanos le han perdido la confianza. ¿Por qué hacer una consulta de esa naturaleza cuando el presidente tiene una inmensa popularidad? Al recurrir a la revocación de mandato de la manera en que lo ha hecho, el presidente interpreta la democracia como democracia plebiscitaria. Cuando esto ocurre, el líder es aclamado directamente por el pueblo y no existen —ni se requieren— mediaciones entre ambos, sus voluntades coinciden plenamente. Dejó testimonio de esta manera de pensar el pasado 1 de diciembre: «En abril del año próximo, vamos a probar de nuevo qué tanto respaldo tiene nuestra política de transformación; sabremos si vamos bien o no; con la consulta para la Revocación del Mandato, se le preguntará al pueblo, que es el soberano, el que manda, si quiere que yo continúe en la Presidencia o que renuncie» (AMLO, 1 de diciembre de 2021).
En otras palabras, votar por no revocar el mandato del presidente es estar de acuerdo con su política transformadora, significa expresar una voluntad popular unívoca, un mandato incontrovertible en una dirección determinada: la transformación de la vida pública de México para dejar atrás el antiguo régimen neoliberal y corrupto, aunque no quede claro qué quiere decir eso exactamente.
El mismo discurso del pasado 1 de diciembre, ilustra la idea de posesión de la certeza absoluta que caracteriza al presidente. Refiriéndose a las acciones emprendidas para combatir el narcotráfico, señaló contundente:
Aún con la gravedad del problema de inseguridad que heredamos, no hemos combatido la violencia con la violencia; hemos acreditado con hechos nuestra convicción humanista; demostrando, en la práctica, que el mal debe enfrentarse haciendo el bien, que la paz es fruto de la justicia, que el ser humano no es malo por naturaleza y que son las circunstancias las que llevan a algunos a las filas de la delincuencia.
Podrá llevarnos tiempo pacificar el país, pero la fórmula más segura es atender las causas de fondo que generan la inseguridad y la delincuencia, la pobreza, la desintegración social, la desintegración familiar, la corrupción y la desigualdad que produce frustración, la pérdida de valores culturales, morales, espirituales (AMLO, 1 de diciembre de 2021).
No hay una sola mención de la necesidad de hacer valer la ley y castigar —con arreglo al debido proceso— las conductas delictivas; tampoco hay media palabra de condena a las organizaciones criminales y el rechazo de sus actos. En todo caso, las acciones punitivas legales son equivocadas porque no van a la raíz de nuestros males ni alcanzan la verdadera condición de la que depende la armonía de la sociedad: la justicia. El presidente no está pensando, por supuesto, en la justicia legal, ni en una ordinaria justicia social y redistributiva, sino en algo más profundo: imagina una justicia suprema que promueve el desarrollo de personas buenas, incorruptas y observantes de «los valores culturales, morales, espirituales», y, en consecuencia, no susceptibles de caer en las garras de la frustración y la delincuencia. Hay también, en el párrafo anterior, la aplicación de la lógica de la polarización: a pesar de todo, los criminales están del lado bueno, pues son parte del pueblo y, como tales, víctimas de las injusticias de este mundo; los culpables son los malos, las élites neoliberales y corruptas, los responsables de crear las circunstancias que los han hecho delinquir. Castigarlos sería un acto de injusticia mayor, sería querer combatir el mal con el mal.
La ética de la convicción es implacable. Cuando se tiene la razón histórica y moral todo tiene su sitio en una cadena armoniosa de medios y fines acoplados sin contradicción alguna; tal adecuación funda las certezas acerca de la propia corrección. De esa manera, se pueden hacer descalificaciones absolutas del pasado y de los que piensan diferente. De ahí el fundamentalismo de la moral absoluta del presidente que distingue, con claridad meridiana, los dos campos, irreconciliables, de la política nacional. En otra ocasión, el 6 de junio de 2020, declaró lo siguiente que también permite documentar la estrategia de polarización presidencial, pero ahora excluyendo explícitamente la moderación:
No es tiempo de simulaciones: o somos conservadores o somos liberales.
[…] No hay medias tintas. El gran liberal Melchor Ocampo decía: los liberales moderados no son más que conservadores más despiertos. Es decir, no hay para donde hacerse: o se está por la transformación o se está en contra de la transformación del país.
Se está por la honestidad y por limpiar a México de corrupción o se apuesta a que se mantengan los privilegios de unos cuantos a costa del sometimiento y del empobrecimiento de la mayoría de los mexicanos. Es tiempo de definiciones (AMLO, 6 de junio de 2020).
Todos los días, con afán indeclinable, el presidente López Obrador trabaja para construir un régimen distinto al que ha imperado en el país durante los últimos cuarenta años. Busca forjar el arreglo institucional (si bien ello implica destruir las instituciones heredadas) y generar la correlación de fuerzas políticas que garantice el cumplimiento de los objetivos fundamentales de la «transformación de la vida pública de México». Desde antes de su llegada al poder, se hizo evidente que la misión de López Obrador no es ser un presidente más. Ni siquiera es «pasar a la historia como un buen presidente», lo que sea que eso signifique. Su encomienda es extraordinaria y propia de un hombre extraordinario: la formación de un poder político acumulado y concentrado de tal manera que sea posible realizar un cambio del tamaño de las «grandes gestas del pueblo mexicano»: la Independencia, la Reforma y la Revolución. Desde su óptica, la transición a la democracia y su asociado modelo de funcionamiento de la economía, la «larga noche neoliberal», no ha sido otra cosa que el gran engaño de la oligarquía identificada por sus métodos corruptos y sus intenciones de saqueo de la riqueza nacional. La «mafia del poder» es la responsable de la «monstruosa desigualdad» que prevalece en nuestro país. Por eso, para liberarlos de la opresión, se requiere formar el poder de «los de abajo».
El actual Jefe del Ejecutivo no pretende simplemente ser un administrador eficiente o ejercer una gestión de Gobierno racional y eficaz. Eso lo hacen los políticos normales en épocas normales. Es lo propio de los regímenes que hacen una política del desencanto, la aburrida normalidad de la vida pública auspiciada por los gobiernos emanados de las democracias liberales, la política del centro, que ya vimos que no tiene identidad porque no se compromete con las causas fundamentales, las del pueblo. Lo que el presidente López Obrador pretende, en cambio, es llevar a cabo una política fundacional, inaugurar un nuevo periodo de la historia de México: «La cuarta transformación implica, como está en práctica y es sabido, abolir el régimen de privilegios que prevalecía, un régimen de desigualdad, pobreza y violencia fundado en la falta de honestidad en el servicio público y en el predominio de la corrupción tanto en el sector público como en el sector privado» (30 septiembre de 2021).
Conclusión:
dos hipótesis a explorar a partir de Andrew Arato y Max Weber
¿Cómo interpretar conceptualmente el comportamiento polarizador del presidente López Obrador? ¿Bajo qué categorías situar su lógica de acción política? Propongo dos posibilidades como hipótesis muy generales, que no podré desarrollar aquí por razones de espacio, pero vale la pena dejarlas apuntadas. La primera, es que todos los rasgos anteriores, y la lógica de acción del presidente López Obrador, que han quedado expuestos a través de su palabra, tienden a corresponder de manera evidente con los elementos que constituyen lo que podríamos llamar un concepto típico ideal o el tipo puro del populismo. El profesor Andrew Arato, a partir de las tesis de Ernesto Laclau, identifica seis rasgos de un liderazgo de corte populista:
1) Apela al «pueblo» y a la «soberanía popular» como nociones que unifican demandas y agravios heterogéneos porque tienen un significado vacío; es decir, son ideas míticas, ficciones, con los que mucha gente se puede identificar. 2) Postula que una parte de la sociedad pasa por el todo de aquella y la representa. 3) Construye un frente antagónico, es decir, una línea que distingue de manera tajante amigos y enemigos. 4) Unifica a sus bases a través de una identificación fuerte con un líder o, de manera menos común, con un liderazgo grupal. 5) Utiliza una forma retórica de argumentación y justificación de sus posicionamientos; por consiguiente, desprecia los argumentos racionales y complejos. 6) Insiste en una noción fuerte de política o de «lo político» y no se interesa en la política «ordinaria» o en las políticas de aplicación cotidiana (Solís, 16 de abril de 2018).
La segunda hipótesis, relacionada con la anterior, es que el concepto de democracia de liderazgo plebiscitario, de Max Weber, tiene valor analítico para comprender la naturaleza del fenómeno político-social del lopezobradorismo ahora que está en el poder. De acuerdo con Weber, la democracia de liderazgo plebiscitario «se caracteriza generalmente por la cualidad instintiva emocional de sumisión a un líder y la confianza en él, el deseo de seguir a un líder extraordinario, al que prometía lo máximo y sabía cómo ganar un seguidor» (Mommsen, 1990, p. 408).
No hay duda de que el presidente López Obrador encarna un liderazgo carismático que «podría —como dice Mommsen— conducir a la subjetivización y emocionalización de la vida política y terminar en una autocracia carismática». Al menos esa parece ser la dirección que siguen sus decisiones y su proceder cotidiano. Por lo menos, la lógica histórica de la democracia de liderazgo plebiscitario conduce a ese desenlace porque de manera estructural implica una identificación de la voluntad del dirigente con la voluntad del pueblo. Veamos este comentario de Mommsen en el que sigue a Weber:
[E]n la «democracia del líder», el líder elegido, a diferencia del funcionario, se comporta como «responsable sólo ante sí mismo»; por lo tanto, «mientras pueda pretender con éxito tener su confianza, actuará totalmente de acuerdo… con la voluntad expresa o supuesta de los electores» (Mommsen, 1981, p. 70).
En otro párrafo, Weber nos ofrece esta definición de la democracia plebiscitaria:
La «democracia plebiscitaria» —el tipo más importante de la democracia de jefes— es, según su sentido genuino, una especie de dominación carismática oculta bajo la forma de una legitimidad derivada de la voluntad de los dominados y sólo por ella perdurable. El jefe (demagogo) domina de hecho en virtud de la devoción y confianza personal de su séquito político. En primer lugar, sobre los adeptos ganados a su persona, cuando éstos, dentro de la asociación, le procuran la dominación (Weber, 2002, p. 215).
Si Weber tiene razón, tal vez esto explique el porqué de la insistencia del presidente López Obrador en realizar un ejercicio de revocación de mandato que, en realidad, es una prueba del mantenimiento de la confianza de los electores en su persona o, mejor dicho, quiere ser la demostración positiva de que entre el presidente y la voluntad popular no hay solución de continuidad, o sea, ambas son una y la misma cosa. ¿Cómo es posible pensar que las cosas pueden ser de esa manera? Tal vez, la clave esté en el mismo Weber. Con este autor podemos interpretar el comportamiento de López Obrador como un voluntarismo que quiere revertir la dominación de las élites neoliberales que han llevado al extremo la racionalización y cosificación de la vida traídos consigo por la dinámica desbocada del capitalismo contemporáneo. El presidente asume que no es responsable ante las élites neoliberales ni ante los tecnócratas encumbrados durante el periodo neoliberal. Es responsable ante sí mismo, es decir, ante el pueblo, porque con éste el presidente es uno.
Después de todo, el presidente formó su personalidad en Macuspana y, en algún sentido importante, conduce su vida de acuerdo con imágenes del mundo allí formadas: la comunidad rural pura, no contaminada por los valores de la modernidad occidental. La oscura noche neoliberal ha sido el imperio de una democracia sin liderazgo real y sin alma, de partidos-máquina y funcionarios orientados a la consecución de votos para la caza de cargos públicos, cuando no a la obtención de beneficios personales mediante el contubernio con los empresarios capitalistas. Esa crítica pende, implacable, sobre los políticos que gobernaron al país a partir de los años ochenta. Los ciudadanos la hicieron suya y en 2018 votaron en consecuencia.
Ahora, López Obrador encarna una democracia con liderazgo que genera fuertes sentimientos de identificación del pueblo con su persona, dadas sus cualidades extraordinarias y su demagogia. No debe sorprendernos que bajo esta consideración sea posible entender los resortes emocionales que explican su éxito y mantienen su popularidad. También es posible comprender que las condiciones estructurales de la polarización no las creó Andrés Manuel López Obrador. Otra cosa, es que califiquemos como auténtica democracia a una forma de ejercicio del poder que deliberadamente polariza, intenta suprimir los contrapesos y equilibrios de poderes para concentrar poder personal, socava el imperio de la ley, y amenaza las libertades y la dignidad individual. Hacer esto último, por lo menos sería una imprecisión conceptual, si es que no un error garrafal de apreciación política que favorecerá la inacción ciudadana y traerá enormes costos para la salud democrática de la República.
Referencias bibliográficas
López Obrador, A.M. (30 de septiembre de 2021). «Discurso del presidente durante la conmemoración del 256 Aniversario del Natalicio de José María Morelos y Pavón»: https://lopezobrador.org.mx/2021/09/30/discurso-del-presidente-andres-manuel-lopez-obrador-durante-la-conmemoracion-del-256-aniversario-del-natalicio-de-jose-maria-morelos-y-pavon/
López Obrador, A.M. (1 de diciembre de 2021). «Discurso del presidente a 3 años de gobierno 2018-2021»: https://lopezobrador.org.mx/2021/12/01/discurso-del-presidente-andres-manuel-lopez-obrador-a-3-anos-de-gobierno-2018-2021/
López Obrador, A.M. (6 de junio de 2020). «Discurso del presidente en la supervisión de la Rehabilitación del Sistema Nacional de Refinación: Refinería “General Lázaro Cárdenas”». https://www.gob.mx/presidencia/es/articulos/version-estenografica-supervision-de-la-rehabilitacion-del-sistema-nacional-de-refinacion-refineria-general-lazaro-cardenas?idiom=es
López Obrador, A.M. (6 de abril de 2022). Conferencia de prensa matutina: https://presidente.gob.mx/06-04-22-version-estenografica-de-la-conferencia-de-prensa-matutina-del-presidente-andres-manuel-lopez-obrador/
López Obrador, A.M. (21 de abril de 2022). Conferencia de prensa matutina: https://presidente.gob.mx/21-04-22-version-estenografica-de-la-conferencia-de-prensa-matutina-del-presidente-andres-manuel-lopez-obrador/
Mommsen, W. J. (1981). Max Weber: Sociedad, política e historia. Editorial Alfa. Buenos Aires.
Mommsen, W. J. (1990). Max Weber and German Politics, 1890-1920. University of Chicago Press.
Solís Gadea, H. R. (16 de abril de 2018). Andrew Arato y Enrique Krauze: dos aproximaciones al populismo. Milenio Diario. https://www.milenio.com/opinion/hector-raul-solis-gadea/atrevimientos/andrew-arato-enrique-krauze-aproximaciones-populismo
Weber, M. (1979). El político y el científico. Alianza Editorial. Madrid.
Weber, M. (2002). Economía y Sociedad. Fondo de Cultura Económica. México.
Zaid, G. (2018). AMLO poeta. Letras Libres. https://letraslibres.com/politica/amlo-poeta/
¹ AMLO, 21 de abril de 2022.
² Entre los calificativos que documentó Zaid (2018) están los siguientes: Achichincle, alcahuete, aprendiz de carterista, arrogante, blanquito, calumniador, camajanes, canallín, chachalaca, cínico, conservador, corruptos, corruptazo, deshonesto, desvergonzado, espurio, farsante, fichita, fifí, fracaso, fresa, gacetillero vendido, hablantín, hampones, hipócritas, huachicolero, ingratos, intolerante, ladrón, lambiscones, machuchón, mafiosillo, maiceado, majadero, malandrín, malandro, maleante, malhechor, mañoso, mapachada de angora, matraquero, me da risa, megacorrupto, mentirosillo, minoría rapaz, mirona profesional, monarca de moronga azul, mugre, ñoño, obnubilado, oportunista, paleros, pandilla de rufianes, parte del bandidaje, payaso de las cachetadas, pelele, pequeño faraón acomplejado, perversos, pillo, piltrafa moral, pirrurris, politiquero demagogo, ponzoñoso, ratero, reaccionario de abolengo, represor, reverendo ladrón, riquín, risa postiza, salinista, señoritingo, sepulcro blanqueado, simulador, siniestro, tapadera, tecnócratas neo porfiristas, ternurita, títere, traficante de influencias, traidorzuelo, vulgar, zopilote.
³ En palabras de Weber: «cuando las consecuencias de una acción realizada conforme a una ética de la convicción son malas, el que la va a ejecutar no se siente responsable de ellas, sino que responsabiliza al mundo, a la estupidez de los hombres, o a la voluntad de Dios que los hizo así. Quien actúa conforme a una ética de la responsabilidad, al contrario, tiene presente todos los defectos del hombre medio. [...] Quien opera conforme a la ética de la convicción no soporta la irracionalidad ética del mundo. Es un racionalista cósmico-ético» (1969, p. 166-167).
4 AMLO, 6 de abril de 2022.